El problema del héroe que va a encontrar al padre es abrir su alma a tal grado y haciendo caso omiso del terror, que adquiera la madurez para entender cómo las enfermizas y enloquecidas tragedias de este vasto mundo sin escrúpulos adquieren plena validez en la majestad del Ser. El héroe trasciende la vida y su peculiar punto ciego, y por un momento se eleva hasta tener una visión de la fuente. Contempla la cara del padre, comprende y los dos se reconcilian.
En la historia bíblica de Job, el Señor no intenta justificar en términos humanos o de otra especie el mal pago que ha recibido su virtuoso servidor que era “hombre recto y justo, temeroso de Dios y apartado del mal”. No por los pecados de Job sus sirvientes fueron asesinados por las huestes caldeas, ni sus hijos e hijas perecieron aplastados debajo de un techo caído. Cuando sus amigos llegaron a consolarlo declararon, con fe piadosa en la justicia de Dios, que Job debería haber hecho algún mal para merecer tan terrible castigo. Pero el valeroso, honesto y espiritual paciente, insiste en que sus hechos han sido buenos; por lo tanto, Eliú, que lo consuela, lo acusa de blasfemia, por considerarse más justo que Dios mismo.
Cuando el Señor da su respuesta a Job desde un torbellino, no intenta justificar sus hechos en términos éticos, sino que magnifica Su Presencia, ordenando a Job que haga lo mismo en la tierra para incitar a los humanos a seguir el camino del cielo. “Ciñe tu cintura, cual varón; yo te preguntaré, enséñame tú. Aún pretenderás menoscabar mi justicia? Me condenarás a mí para justificarte tú? Tienes los brazos tú como los de Dios, y puedes tronar con voz semejante a la suya? Revístete, pues, de gloria y majestad, cúbrete de magnificencia y esplendor, distribuye a torrentes tu ira y humilla al soberbio sólo con mirarle. Mira al orgulloso y abátele, y aplasta a los malvados. Ocúltalos a todos en el polvo y cubre su faz de eternas tinieblas. Yo entonces también te alabaré, y diré que tu diestra es capaz de vencer.”
No hay palabra que explique ni se hace mención alguna de la sospechosa apuesta con Satán descrita en el capítulo 1 del Libro de Job; sólo una demostración entre truenos y relámpagos del hecho de los hechos, o sea que el hombre no puede medir la voluntad de Dios, que deriva de un centro fuera del alcance de las categorías humanas.
“El héroe de las mil caras”
Steve Campbell